La Gran Guerra

Carla revive una y otra vez la guerra en las montañas. La tiene grabada en el cuerpo, desde muy pequeña. No puede olvidar. Fue ella quien, siendo aún una niña, pidió a su abuelo que le contara. El nono no era de esos típicos viejos que se pasaba la vida contando historias de guerra. Es más, nunca lo había escuchado hablar de ello, hasta aquel día.  

Carla no es mujer de llevar el trabajo fuera de su oficina, pero hoy su puesto peligra inesperadamente. La guerra siempre toma por sorpresa. El abuelo acababa de cumplir la mayor edad cuando lo subieron a un camión para llevárselo al frente. A esa línea de sangre donde miles de jóvenes, jamás entrenados para la guerra, defendían el suelo nacional metro a metro. Héroes de la patria, héroes anónimos, héroes involuntarios. Carne de cañón. Detrás de ellos, después de ellos, en la estela sombría de la Gran Guerra, fueron millones los sueños truncados, los llantos inconsolables, las familias destrozadas.

Como la de Carla, hoy. Sola con dos hijos, quienes deben terminar sus estudios. Sola con unos padres ya ancianos, a quienes la jubilación apenas les alcanza para los cuidados que necesitan. Con un hermano y un ex-marido que no se hacen cargo. Sola y a punto de quedarse sin trabajo. Sin razón. Injustamente.

En la guerra no hay justicia. Ni sentido. Tanta atrocidad por unos metros de tierra. Es algo que no se aguanta por mucho tiempo. Así pues, jóvenes con una vida por delante, con padres y prometidas esperando su regreso, rompían deliberadamente el encierro de las trincheras para exponerse al fuego enemigo. Carla lo cree porque se lo ha contado su abuelo. Hoy lo cree aún más, porque siente algo parecido: la falta de sentido, el encierro, la desesperación.

Carla es hija de inmigrantes de segunda generación, nacida y criada en Buenos Aires. Sus abuelos se rebelaron al destino ya escrito en las páginas negras de la postguerra, y zarparon a América. De ellos y de sus padres, Carla ha aprendido que la vida se construye sobre los pilares del esfuerzo, la perseverancia y la honestidad. Hasta hoy, a sus cuarenta y tantos, nunca se había cuestionado estos principios.

Recostada en su sillón favorito, Carla cierra los ojos y se le escapa una lágrima. Una y otra vez, siente en el cuerpo los cañonazos, los estampidos de las granadas, las congelaciones, el aguardiente, las amputaciones, el encierro, el frío húmedo, insoportable de las trincheras. Historias de otros tiempos. Por un instante, se siente afortunada. No ha tenido que vivir en carne propia una guerra de verdad.

Encuentra descanso en un instante de tregua, pero no es nada más que un instante. Carla abre los ojos y busca nerviosa a su alrededor. Quiere un fusil, para abrir fuego contra su enemigo. Sin piedad ni remordimiento. Es legítima defensa: matar para sobrevivir. Hasta el nono lo tuvo que hacer. Hasta él, que era tan bueno que Carlita lo creía casi un ser de otro mundo…hasta él, había matado para salvar su vida. De no haberlo hecho, ella no existiría. Ahora es su turno. Es el momento de pelear por lo suyo, por los suyos. Carla ya no se siente afortunada. Ella también, de alguna manera, es carne de cañón. La guerra no da tregua, simplemente cambia de forma.

Sería tan fácil apretar un gatillo. Disparar para defenderse de las balas. Pero ¿cómo defenderse de las malas intenciones disfrazadas, de las mentiras ponderadas, de la manipulación sutil, del desprecio implícito y el ninguneo despiadado? Carla se siente abandonada, desarmada. Sin aliados, ni municiones. Jamás la prepararon para esto. Jamás le habían contado que la vida podía castigar a los que eran empeñosos y honestos. Se siente defraudada, ingenua, estúpida. Tal vez demasiado estúpida para merecer sobrevivir a esta guerra. Tal vez debería rendirse, entregarse, renunciar. Volver a buscar trabajo, con más de cuarenta años y el expediente manchado por la ambición ajena y la falta de escrúpulos.

Desde la profundidad del sillón que la va engullendo, Carla estira un brazo para tomar el frasco de las pastillas que la ayudan a controlar la ansiedad y a conciliar el sueño. Las pastillas son sus únicos aliados. Carla mira el frasco apoyado en la palma de su mano. Le da vuelta. Lee cuidadosamente la etiqueta: la composición, las indicaciones, las contraindicaciones, las advertencias, el precio. Sus aliados no son incondicionales. Es más, son cómplices del enemigo.

Carla se incorpora de golpe, lleva la mano hacia atrás, pega un latigazo al aire y el frasco se estrella contra la pared de al frente. Se ríe nerviosa de su desahogo. Antes de que vuelvan sus hijos, va a tener que recoger los vidrios y las pastillas. Y nadie se habrá enterado de nada. Sus padres, ya casi sordos, están encerrados en su habitación, rendidos ante la televisión. Los chicos, indiferentes y rebeldes, pasan cada vez más tiempo fuera de la casa y lejos de ella. El único que lo entiende todo es el perro, que ladra nervioso en el jardín. Carla lo deja entrar, para que deje de rasguñar la puerta. El perro olfatea la alfombra, salpicada de pedazos de vidrio y pastillas. Mira a Carla de reojo, con las orejas gachas y suelta un gemido.

Avergonzada, Carla se sienta en la punta del sillón, como sin querer bajar la guardia. Observa el piso bajo sus pies, el techo sobre su cabeza, todo lo que la rodea. Todo, absolutamente todo lo que tiene y hasta parte de lo que es, es gracias al trabajo. Se siente sucia, miserable, cobarde, sierva del sistema, carne de cañón. Maldice el trabajo, la casa y todo lo que hay adentro. Se maldice a sí misma. No aguanta más. Cierra los ojos y se deja caer en el sillón. El perro suelta otro gemido y se echa a sus pies.

Una vez más, Carla siente en el cuerpo los cañonazos, los estampidos de las granadas, las congelaciones, el aguardiente, las amputaciones, el encierro, el frío húmedo, insoportable de las trincheras. Carla ya está en el frente. Respira hondo, como para infundirse valor. Su gran guerra acaba de empezar.

 

Nota para el lector

Al poner algo de orden en el entretecho, los textos han sido guardados en cajas apiladas desde abajo hacia arriba, en el siguiente orden: 

  • La isla azul 
  • Retrato de familia
  • Álbum de fotos
  • Mitos urbanos
  • Los cachureos
  • Patagonia
  • Océano

La pila de trastos está justo acá abajo. Te invito a buscar y desempolvar...

Álbum de fotos

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