Los soldaditos de papel — Amanda

Amanda posee una habilidad innata para administrar el tiempo. Cree firmemente que si uno hace las cosas bien, no necesita darse la vuelta para mirar atrás. Fiel a sus principios, comparte el presente con parsimonia, irresistiblemente cautivada por el futuro, por todo lo que aún queda por hacer y por conocer.

Nunca ha existido lugar para el pasado en la flamante carrera de Amanda. Nunca hasta hoy, día florido y luminoso, de esos que anuncian otro verano incansable en Santiago de Chile.

     —¿Cómo te llamas?— le pregunta Amanda al árbol del jardín, mientras se muere por trepar sus ramas y jugar al escondite entre sus hojas.

    Eso solía hacer cuando era niña. Pero, desde el parquet ya opaco de su habitación de infancia, el mobiliario y los objetos que ahí la han estado esperando durante más de tres décadas, la miran ahora con desconfianza. Y con razón. Amanda ya es, con mucho orgullo, una perfecta desconocida.

Como tal, pretende pasar por este microcosmos insignificante de puntillas, sin hacer ruido. Quiere cumplir con las formalidades que la han traído de vuelta al país y a la casa que la vieron nacer. Quiere cumplir e irse, sin volverse para mirar a los ojos al Chile cruel. Tan cruel que se ha tragado incluso a sus propios habitantes. Eso creía de niña, cuando se acostaba todas las noches con miedo a desaparecer.

     —Ya no— se contiene Amanda —las cosas han cambiado.

    Amanda busca a las montañas detrás de las enormes hojas del árbol sin nombre. No las encuentra. El Chile conservador, cobarde, cómplice, sigue jugando al escondite, tapando montañas de horrores e injusticias.

 Amanda también quiere esconderse. Las tropas enemigas la miran fijamente. Tropas de trastos inútiles que han aguardando su regreso durante más de tres décadas.

Entonces, con sorpresa, Amanda descubre un secreto. La cama de madera, inmensa en la oscuridad de las noches de infancia, ya parece un juguete para las muñecas. La librería, también de madera, una vez tan grande y firme como una montaña, ahora es más bien una estantería precaria y modesta. El mundo va encogiendo con el tiempo, a medida que uno crece.  

Es entonces el turno de los libros, muchos libros, un ejército de libros apilados en estantes y repisas que ahí permanecen erguidos a pesar de las inclemencias telúricas. Una resistencia heroica que conmueve a Amanda. Ellos no han encogido.

Gracias  a ellos se había enterado, hace ya más de treinta años, que fuera de su pequeño país  —ese mismo país cruel que se tragaba a sus propios habitantes— había un mundo que no le quedaría pequeño. Gracias a ellos, a los soldaditos de papel, hoy es una mujer libre.

Amanda está a punto de reencontrarse a sí misma. Está a punto de levantarse y marchar al encuentro de las tropas, pero permanece clavada  en el parquet opaco de la habitación, apretando en el puño el papel que recoge las últimas palabras de su madre.

Despechada, Amanda se levanta, se dirige hacia la habitación de ella  y empieza a vaciar uno por uno los cajones de la cómoda y del armario. Continúa entonces hurgando en todos los bolsos, las prendas y los libros, buscando un pequeño indicio, una foto, un papel, un documento. Presa de una angustia implacable, Amanda  incursiona durante horas por la casa desierta, revolviendo entre los recuerdos en busca de una pista, una señal, algo que la ayude a comprender, a acallar los fantasmas que aún rondan por ahí, insinuando historias espeluznantes sobre sus propios orígenes.

En una de esas vueltas por la casa desierta, Amanda se encuentra de frente con el gran espejo que cuelga al fondo del pasillo. Se observa.

    —Serás amada a pesar de la brutalidad del mundo— roza sus mejillas con la punta de los dedos, percibiendo por primera vez la dulzura de su propio nombre. Fue la promesa de su madre, esa pequeña mujer que nunca hablaba de hombres ni de política.

Por primera vez, quisiera volver atrás, caminar a su encuentro y echarse a llorar en su regazo, pero ya es demasiado tarde.

Nota para el lector

Al poner algo de orden en el entretecho, los textos han sido guardados en cajas apiladas desde abajo hacia arriba, en el siguiente orden: 

  • La isla azul 
  • Retrato de familia
  • Álbum de fotos
  • Mitos urbanos
  • Los cachureos
  • Patagonia
  • Océano

La pila de trastos está justo acá abajo. Te invito a buscar y desempolvar...

Álbum de fotos

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