Amar a un asesino

Captar la verdad en una fracción de segundo, para demorarme años en saberla. Ha sido una constante en mi vida y tú no eres la excepción. Muerte por heridas múltiples de arma blanca. Una década de investigaciones para reconstruir la escena del crimen. Para desenmascarar a un asesino que jamás se ha ocultado. Tiempo derramado que se vuelve a estancar en la primera sospecha. No tengo excusa. Te escogí sabiendo perfectamente quién eras.

Me cautivó tu desfachatez, esa capacidad de burlarte de la vida y de la muerte por igual. Simplemente porque no pueden estar una lejos de la otra. Sólo las separa una línea recta, simple, la única dimensión posible del depredador. Blanco o negro, encendido o apagado, vivo o muerto.

Me fascina tu independencia pretenciosa, el desdén con que declaras no necesitar a nadie, ni siquiera a tus propias víctimas. Esa displicencia con la que miras de reojo, mientras te entregas a las horas indolentes de las tardes de verano. Mientras yo trabajo sin descanso para que juntos salgamos adelante, ni sé hacia dónde… ¿acaso importa? La vida tiene una dirección obligada, no hay donde perderse. Es un camino sin retorno hacia la muerte.

En la penumbra, te espío mientras descansas y te envidio. Me apuro en planes para vislumbrar el pasado y arreglar el futuro. El tiempo se me da vuelta y se derrama, mientras el tuyo destila paciente, indiferente al ajetreo del mundo. El temblor de una hoja, un aleteo fugaz, el zumbido de una mosca. Sólo instantes. Lo que separa la existencia de la nada. No es más que un instante. Aun así, no me atrevo a cruzarlo.

Ahogo un sollozo y, como si pudieses oler mis lágrimas, te das vuelta. Apoyas la cabeza en mi mano. Quiero recorrer la línea elegante de tu cuerpo, pero prefiero mantener la distancia. Podríamos vivir el uno sin el otro, fácilmente, sin echarnos de menos.  Pero me encanta que me esperes en la cama, todas las noches de invierno, sin nunca mostrar impaciencia, sin saber si voy a llegar o no. Sin nunca preguntarnos qué hemos estado haciendo mientras tanto. Sin pedir permiso, te acomodas, siempre en el mejor lugar. Es parte del trato.

Sangre, mucha sangre en el piso. No sé si tomar esto como un chantaje, un obsequio o una advertencia… ¡esto no es parte del trato!  Creí que habíamos quedado en que dejarías tus sucios negocios fuera de mi casa. No me mires con esa cara. Sé que no estás arrepentido. Ni se te ocurra decir que lo haces porque me amas. Te detesto. Me pongo guantes. Saco las bolsas de basura, las más resistentes. Hay que limpiar, ocultar pruebas y sé que no me vas a ayudar. Es más, te indignas. Quieres seguir descuartizando. Esto es macabro, repugnante. Tengo ganas de vomitar y acabar contigo de una vez por todas. Te vas. Descarado, abandonas la escena del crimen.

Vuelves. Un guiño, una mirada cómplice. Muerto, apagado, negro. Sin vuelta atrás, la vida sigue. De tantos años juntos, se ha vuelto costumbre.

Te echas en la cama, en el mejor lugar, esperando a que yo me acerque. Depredador de caricias. Cazador de instantes, cristales del tiempo que se apacigua. Te crees irresistible y lo eres, gato mío.

 

Nota para el lector

Al poner algo de orden en el entretecho, los textos han sido guardados en cajas apiladas desde abajo hacia arriba, en el siguiente orden: 

  • La isla azul 
  • Retrato de familia
  • Álbum de fotos
  • Mitos urbanos
  • Los cachureos
  • Patagonia
  • Océano

La pila de trastos está justo acá abajo. Te invito a buscar y desempolvar...

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