Viejita

Siento en mi mejilla la caricia de una mano frágil y nudosa. La envuelvo, con ternura y respeto, profundamente conmovido, sin decir nada. Así se despidió mi viejita querida, quien siempre me esperaba paciente y, a la vuelta de mis viajes, me pedía que le contara. Ella que había vivido dos guerras mundiales, ella que había partido a América en busca de fortuna, ella que había andado por las montañas de dos continentes, ella me pedía que le contara de mis viajes, sólo para oír palabras jóvenes.

Nunca hablaba de su vida y llevaba tiempo esperando a la muerte, no pudiendo evitar recordármelo a cada partida. Yo me iba y ella se quedaba, aguardando, encorvada, resecada y paciente como un arbusto milenario.

Pasaron los años y entonces, una tarde de invierno, ella partió y yo me quedé. Se llevó puesto su mejor traje de lana gris y un siglo de vida del que sólo alcancé a retener algunos fragmentos empolvados. Me quedé desconsolado, como árbol mutilado de una de sus raíces. No alcancé a preguntarle adónde se van los sueños, cuando uno se hace viejo.

 

Nota para el lector

Al poner algo de orden en el entretecho, los textos han sido guardados en cajas apiladas desde abajo hacia arriba, en el siguiente orden: 

  • La isla azul 
  • Retrato de familia
  • Álbum de fotos
  • Mitos urbanos
  • Los cachureos
  • Patagonia
  • Océano

La pila de trastos está justo acá abajo. Te invito a buscar y desempolvar...

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