Cósmico

No es casualidad, parece, el haber llegado a este mundo un día martes, con dos kilos y novecientos gramos entre cuerpo y alma, si parece ser verdad que las casualidades no existen, aunque yo me siga resistiendo a la idea, pues buscar coincidencias no es más que fabricar antídotos para las contrariedades de la vida, y entonces por qué no creer, me digo para mis adentros, que tampoco fue casualidad encontrar una enorme flor blanca entre las espinas, esta mañana temprano, blanca y pura como lo que dura poco, perfecta como el presente, como este momento en que te hundes en mi regazo y me invitas a recordar viejos tiempos, como no, si es que llevamos casi catorce años juntos bajo el mismo techo, imagínate, cómo seremos de íntimos, si uno no comparte su casa con cualquiera, menos su cama, su baño, su plato, aunque claro está que en temas gastronómicos siempre hemos tenido gustos bien disímiles, tú sabes, nunca me han agradado tus ofrendas, pese al amor y a la devoción que ponías en ellas, así que aprovecho de paso para agradecerte que hayas desistido de entregarme tus obsequios macabros y hayas optado más bien por dejar el mínimo rastro, hasta la semana antepasada, cuando celebré contigo, pues algún presentimiento me advirtió que te dejara disfrutar sin culpa, y así fue, sin saber en ese momento que sería la última farra, sino con toda la fe de que pronto volverías a ser el de antes, como si el tiempo no hubiese pasado, vaya, casi catorce años es harto tiempo hasta para mí, y para ti lo fue todo, qué extraño esto del tiempo, a veces pienso que, más allá de tantas teorías, este asunto en verdad no hay quien lo entienda, pero tampoco importa, si no es para entenderlo, es para vivirlo, y tú lo sabes muy bien desde mucho antes que yo, pues tal vez naciste más sabio por estar predestinado a un tránsito más corto, catorce vueltas al Sol, no se demora nada nuestra Tierra en eso, en las veladas de las noches de verano, con los primeros cantores adelantándose a los albores del nuevo día, donde se despereza la colosal bestia cordillerana, y después en las tardes de otoño, de cielos apocalípticos y crujientes remolinos de hojas cobrizas, enroscado bajo mi poncho, inmóvil ante la llama de la estufa, tu dios todopoderoso, y yo tu sillón, a la más completa disposición de su majestad en los interminables inviernos del covid, cuando hasta las dudas se congelaban por volverse la única certeza, certeza de que nada es cierto salvo la muerte, la muerte que rondaba por todos los rincones y uno aterrado, tullido, así fue la cuarentena, el cierre total, la hibernación, el mundo parado y uno sin poder bajarse, con el frío metido en los huesos, tus huesos bajo mis dedos, parece mentira que te los pueda contar, vértebra por vértebra, costilla a costilla, tus caderas cansadas, viejo mío, quién hubiera dicho que terminaría diciéndote así, siendo que soy tu madre, de verdad, insisto en que esto del tiempo no hay quien lo entienda, viejito mío, ahora tan frágil como si acabaras de llegar al mundo y eso porque no me lo puedo creer que en realidad te estás yendo, si parece ayer cuando te bajaste del techo de un brinco, aterrizaste en una bolsa, te diste una voltereta en ella para rodar hasta el suelo y hasta la caja en la que te conduciría a la casa, acá estoy, me dijiste, llévame contigo para siempre y yo te dije que sí, porque era imposible hacer lo contrario, si con esos ojos no había quien se resistiera, esos ojos que ahora se me clavan en el corazón, con la calma implacable del que sabe que ya los juegos están hechos, el destino está escrito, sólo nos queda este tiempo para vivirlo y ahora que yo también lo sé, los dos sabemos, ahora ya no hay prisas, ni trabajo, ni problemas, sólo hay calma al sostenerme en tu mirada y aceptarte exhausto, aun sin entender en qué momento tu tiempo se aceleró y te precipitaste por el abismo de la tercera edad, viejo mío, si parece ayer cuando te subías al departamento de tres saltos, árbol, techo, ventana, así de fácil te metías por donde se te antojara y adonde te quisieran, que era casi en todas partes, pues todo el mundo te amaba, lo supimos aquel día en que nos fuimos, nos cambiábamos por fin a la casa nueva, lo supimos al ver a los niños llorando, a los adultos preguntando, por qué se llevan a Cósmico, quiénes serán ustedes para privarnos de su alegría, y en verdad no éramos nadie para ellos, ni siquiera existíamos, pese a llevar más de cuatro años residiendo en el lugar, sólo existías tú, tus andares risueños, tu naricita negra, perfecta, tu silueta abultada, tan poco felina en los tiempos hermosos de tu juventud, quién hubiera dicho que iba a llegar el día en que no iba a haber lata de atún que te enloqueciera, que te arrancara ese maullido tenaz, insistente, casi un ladrido, quién hubiera dicho en ese entonces que iba a llegar el día en que no encontraría en la faz de la Tierra yogur que te suavizara la voluntad, después de tantas vidas, después del gran terremoto, después de la mudanza, de casi dos meses desaparecido, de otro perro que por poco te quiebra el espinazo, igual que a tus tres meses de existir, después de que ninguna calamidad haya podido contigo porque eres un sobreviviente, porque estabas predestinado a mí, dicen, por el nombre, no podías que encontrarte con una mujer de las estrellas, la Estrellita, como me llama el otro hombre de la casa, el que nunca aprendió a rascarte la cabeza como se debe, y aun así lo dejabas, más vale llevarse bien, pensabas, que ésta es una familia de locos, pero una familia al fin, la que tú escogiste, y después, la casa nueva, la que cambiaste por el árbol de la esquina nada más llegar, si es que cenar a las once de la noche con los maestros trajinando en el patio no es vida para nadie, menos para un rey, sí, entendieron bien, un rey, rey callejero, rey guachaca, pero rey al fin por sobre todas las cosas, y yo tu humilde servidora, en menor parte por voluntad propia y en la mayor por hechizo, porque así son los asuntos del amor, dicen los sabios, no hay más que entregarse a esa fuerza poderosa, y así fue como acepté, hipnotizada por tu ronroneo, embrujada por el contorno perfecto de tus ojos ámbar, cautivada por tu buen humor, tus ganas de vivir, así acepté, prometí, de manera solemne, seré tu sofá por todos los inviernos hasta que la muerte nos separe, algún día muy lejano, y fue así como pasó otro invierno más, el segundo en pandemia, trabajando desde la pieza más gélida de la casa, tu sillón de carne y hueso disponible las veinticuatro horas, para el deleite exclusivo de su majestad, todo a su servicio, dioses incluidos, estufa a gas, calefactor eléctrico, colchón humano, silla calentada por humana durante ocho horas al menos, sí, ocho horas diarias clavada al frente de una pantalla, queriendo arrancar, salir a caminar, correr, respirar, y tú dichoso, entrecerrando los ojos con paciencia infinita, pidiéndome, siéntate por favor, si ya no hay apuro, igual que esta mañana en la que me advertiste, ya no va más, igual que todas las mañanas del que jamás imaginé fuera a ser tu último invierno, me ordenabas, siéntate por favor, que este palacio está muy helado, se le cuelan los aires por todas las ventanas, las puertas, los marcos desajustados, palacio de rey callejero, con los portones abiertos de par en par a lo largo y ancho de tu reino, por el que pasaron peleas y banquetes, cacerías y parrandas, amigos fieles y enemigos acérrimos, así ibas escribiendo la historia para tu único heredero, desaparecido tan misteriosamente como lo observamos bajar del mismo árbol de la esquina una lejana noche de invierno, entre incredulidad y estupor de quienes presenciamos el prodigio, ver tus genes perfectamente replicados en un cuerpecito que cabía en la palma de mi mano, pero que contenía toda la voluntad firme y clara de su padre, porque, de algún modo que la ciencia aún no puede explicar, lo eras, no tuve duda alguna, desde el primer instante en que te hiciste a un lado y le dijiste, adelante hijo, coma por favor de mi plato, aliméntese para que crezca sano y vigoroso, y así le entregaste tu reino antes de tiempo, antes de que él llegara a ser rey de quién sabe qué otro territorio lejano, lo iniciaste a los juegos y a las armas, lo amaste como a ningún otro semejante y me pregunto ahora si tal vez tú sí, siempre has sabido adónde partió el día en que oí tu aullido lúgubre, ese que sólo te he escuchado en los momentos de tragedia y comprendí que él ya no volvería a la casa, tu única casa después del traspié inicial, aún me acuerdo, te silbé y saliste a mi encuentro, tras casi dos meses chiflándole al viento en todos los rincones, desmigajando la esperanza a cada esquina, a cada tarde de regreso del trabajo sin encontrarte, después de todo eso, por fin, saliste de entre las malezas del paraje más recóndito de tu nuevo universo, aterrador y desconocido, saliste a mi encuentro y te deshiciste en mis brazos, perdóname mamá, me imploraste, estaba perdido, este reino todavía es muy grande para mí, y entonces llegaste a la casa nueva, esta vez para quedarte, me lo prometiste, y ni te asomaste al patio durante días, hasta que volviste a ser tú, el rey de la cuadra, el más canchero, el más amado, el Gato Cósmico, con mitad alma de perro, el que llegaba de cientos de metros a la redonda con mi silbido, el guardián erguido y fiero en la vereda, el que le ladraba a los canes más fuerte que ellos mismos, el que salía a darme la bienvenida, siempre el primero, cada vez que me presentías detrás de la puerta de la calle, no importaba si habían pasado dos horas o dos meses, porque ambos nos sabíamos almas libres, con nuestro ir y venir, nuestros ruidos, tus costados rozando las rejas al meterte por la ventana del dormitorio, siempre abierta para ti, el chirrido de la cadena de mi bicicleta, nuestros respectivos pasos, unos ágiles, otros torpes, nuestra mutua entrega incondicional, y aquí he de reconocerlo, la balanza siempre se inclina a tu favor, tú que fuiste capaz de trepar una pared para interceptar a un grillo, sólo porque yo te lo había pedido, sólo por la curiosidad ociosa de poner a prueba tu instinto perruno, y me dejaste sin palabras, prometiéndome a mí misma nunca más instigarte al exterminio de otros seres vivos, ay de mí, lo que tuve que aguantar, si fueron palomas, tórtolas, loros, ratoncitos, revoltijos de plumas, vísceras y sangre, qué asco, qué horror, sentir a ratos que convivía con un asesino en serie, apiádate por favor de tu humilde servidora herbívora, te rogaba, ni se te ocurra por favor subirte a mi cama con esas garras ensangrentadas y entonces tú deponías las armas, te entregabas a diligentes labores de aseo y sólo luego de eso tus almohadillas volvían a posarse en el colchón, suaves como nubes en la ladera de mi montaña, sobre mi pecho, sobre mi abdomen, dependiendo de lo que me doliera, porque tú siempre sabías donde había que estar, en el tórax para la tos y el resfrío, en el vientre para los problemas digestivos o los dolores menstruales, en el corazón para las penas, porque eras el único que escuchaba cuando lloraba para adentro, me pregunto cómo, me pregunto si habrás terminado absorbiendo algo de todo ese dolor, de mis años de lucha, de mis tiempos de desesperanza, me pregunto, si eso también te habrá enfermado, perdóname, gato mío, quisiera ser yo ahora quien te sane, quien te devuelva el apetito, las ganas de vivir, acá están mis manos envolviendo tu cuerpo, acá está, toda mi energía, hoy más que nunca, hoy es para siempre, ya no hay vuelta atrás, me dijiste con tu valor de rey, me lo dijiste con toda la autoridad, con una mirada que no deja opción, me lo dijiste y te creí, sin vacilar, si te he visto apagándote, consumiéndote, hasta casi no poder andar, sin casi poder subirte al sofá, sin lograr trepar la cama, te vi, colgando del cobertor, con tus garras enganchadas, llorando por dentro, en silencio, a escondidas, desde una alcantarilla que escogiste como tu refugio final, sin contar con mi instinto, sin considerar que te conozco como si te hubiese parido, te gustan los escondites subterráneos, me acordé del terremoto, de cuando te guarecías en un hoyo a los pies del muro del edificio, a cada réplica, siempre el mismo, tu búnker, ya había aprendido dónde encontrarte, si ya ves, viejo mío, hay cosas de la esencia de uno que perduran hasta el final y así fue como te encontré una vez más, sería la última, lo supe, te arropé, me quebré, pero no me resigné, no, aún no, pensé, aún nos quedan fichas, aún quedan vidas, fácilmente unas cuantas más, para envejecer juntos, para que conozcas la casa nueva-nueva, donde ya no se cuele el frío del invierno por los marcos de las ventanas, para que me veas brillar, más luminosa que nunca, después de tanta batalla, y tú conmigo, si somos estrellas, si estamos predestinados a alumbrarnos mutuamente, pero hoy supe que no vas a alcanzar, me lo dijiste, sin posibilidad de apelación, entonces te lo cuento ahora, porque ahora es cuando, no habrá otro momento, te lo cuento con mis manos enormes rodeando tu cuerpo exiguo, dos kilos y novecientos gramos es lo que queda de él, ahora que tu presencia gigante se desborda, que ya no cabe en esta sala de hospital, ahora has de saber que voy por el buen camino, que ya se ve clara la luz al final del túnel, que ya no hay dónde perderse, ahora quiero que sepas que estoy contigo, descansa amor mío, ha llegado el momento, tu respiración cada vez más lenta marca el compás del adiós, se va apagando tu ronroneo, como el fluir del arroyo bajo la nieve, estoy aquí, descansa amor mío en mi regazo, tu cuerpo vuelve a ser seda en mis manos y te contemplo, hermoso, perfecta tu naricita negra, perfecto el contorno de tus ojos ámbar, perfectos tus bigotes blancos, tu corazón ha dejado de latir, me informa el médico, y es la sentencia final, se me tranca la vida entera en el pecho, quiere desbordarse, pero no puede, no logro respirar, como si acabara de llegar al mundo, un martes, con dos kilos y novecientos gramos entre cuerpo y alma, mejor la dejo sola, me pregunta el médico, no se preocupe, le hago seña con la mano, si ya lo estoy, ya no me escuchas, ya puedo llorar.

Empieza mi vida sin ti.

Para mi rey,

18 de febrero de 2008, 4 de enero de 2022

 

Nota para el lector

Al poner algo de orden en el entretecho, los textos han sido guardados en cajas apiladas desde abajo hacia arriba, en el siguiente orden: 

  • La isla azul 
  • Retrato de familia
  • Álbum de fotos
  • Mitos urbanos
  • Los cachureos
  • Patagonia
  • Océano

La pila de trastos está justo acá abajo. Te invito a buscar y desempolvar...

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El Entretecho lauven18@hotmail.com