Oveja negra

Negocios cerrados, la mayoría. Hasta en pleno centro, sobran lugares para estacionar. Frente a la costanera, unos muchachos en bicicleta distraen a los transeúntes con sus acrobacias. Al fondo, la mole roja y blanca del barco. Arriba, el sol se escabulle por un laberinto de nubes, sin encontrar la salida. Abajo, en las calles, unas pocas familias, los turistas de fines de temporada, los cuatro borrachos de siempre y el viento.

Adentro, un revoltijo insoportable. Podría no ser otra cosa que la melancolía de una mañana de domingo, si no fuera porque hoy no es un domingo cualquiera. Una camioneta de carabineros da vueltas como ave carroñera. Y me pregunto dónde estarán las mujeres.

En la capital, afluencia masiva por las grandes alamedas.

Aquí, calle desierta. Turista con teleobjetivo de medio metro sacando retratos de los cormoranes erguidos en los postes del muelle viejo. Borro el turista. Imagino el muelle intacto, los barcos yéndose con la panza repleta de carne y lana. Los galpones de los antiguos almacenes hirviendo de trabajadores. Todos hombres. Todo en tono sepia, de principio del siglo pasado. ¿Y las mujeres? En sus casas, cocinando, limpiando, criando, atendiendo. Mis abuelas. ¿Y ahora? Me estremezco. No vaya a ser verdad que el mundo no ha cambiado nada.

En la capital, ya se cuentan cientos de miles.

Y yo deambulando por la superficie de otro planeta. Calle desierta, el graznido de los cisnes resquebrajando el viento, los colores vivos de los murales en las paredes del galpón, trizando la monotonía de una foto de otros tiempos. Blanco y negro. Así de monocromática me veo, igual que hace veinte, treinta, cuarenta años. Drástica, sin ganas de matices. Y de nuevo, camioneta de carabineros. Apretón en el estómago. Vuelta a la infancia, a los setenta. Conato de rechazo hacia el poder ejercido por la fuerza. Hacia la autoridad impuesta por el miedo. El miedo. Tan multifacético y sofisticado en manos perversas, y tan básico a la vez. Como el pavor a la oscuridad. O esa fuerza primitiva que te hace apurar el tranco cuando caminas sola por la calle de noche. No, no eres tú, ni donde estás, ni como vistes. Son siglos grabados en los genes. Piños de ovejas indefensas al matadero. Ejércitos arrasando campos y ciudades. Mujeres, trozos de tierra de la que arrancar brutalmente toda raíz para inyectar a la fuerza la semilla del nuevo amo. Esclavas. Mujeres recluidas, sin opciones. Casa, convento o burdel. Parece una baraja. Y no es una la que echa las cartas. Y no vengan ahora a enumerar las excepciones, que por algo son tales. Mujeres destacadísimas, inconmensurables. Ninguneadas, olvidadas, tergiversadas, omitidas. Jamás mencionadas en las clases de historia. No se nos fueran a meter ideas extrañas en la cabeza. Y no vengan con que son cuentos de otros tiempos. Siguen pasando todos los días. Burkas, mutilaciones genitales, trata de blancas, lapidaciones. No, no es sólo al otro lado del mundo. Son violaciones, femicidios, muertes por abortos clandestinos. Al lado de tu casa. Y no vengan con que ahora votamos, estudiamos, trabajamos y con eso deberíamos darnos por pagadas. No es suficiente. Porque no basta con trabajar más y mejor. Porque la contienda sigue siendo desigual. Soy del piño al que nos abrieron la tranquera. —Vayan ovejitas, salgan, con cuidado, eso sí, ustedes verán si se la pueden —nos dijeron. Los depredadores andan sueltos. Y están en todas partes. En el sistema que nos explota y nos castiga, en las universidades, los trabajos, los hospitales, las comisarías, en las calles repletas, en la esquina oscura, hasta en tu propia casa. Porque la libertad sigue siendo condicional, subordinada al instinto primitivo, a la Naturaleza que, aún siendo mujer, nos ha hecho vulnerables en pos de la supervivencia de la especie. Debe ser porque Dios es hombre. Ojos desorbitados. Caras desencajadas. Todavía veo unas cuantas. —Cuando encuentres al que te haga descubrir la mujer que hay en ti, se te va a quitar. —Parece remedio antiguo contra la histeria. Nada que hacer. Es una la que está al revés, la ovejita descarriada, la oveja negra.

Es mediodía. El quiosco de los completos se dispone a abrir, como si nada. Mientras, son cientos, son miles, son millones, rebalsando las calles de todo el país. Ahí están, cuatro, tal vez cinco generaciones, de rebeldes, resentidas, furiosas, indignadas, postergadas, incomprendidas, abandonadas. Ahí está, la dignidad clara que desconoce condiciones, letras chicas, mezquindades, que no media compromisos. Sí, ahí estamos las que levantamos la voz, las que nos atrevimos, las que dudamos, las que callamos y las que nos callaron, por la razón o la fuerza. Ahí estamos porque todas, de alguna manera, hemos resistido. Escritoras anónimas de una historia invisible, la que se hace al andar, como la vida misma. Herederas de las excepciones. Ya somos tantas que vamos a ser la norma.

El viento me sacude y me trae de vuelta a la plaza desierta. A mi alma desolada. —Oveja negra. Estás sola. Naciste en el lugar y en el tiempo equivocado. —Apuro el paso. Parece una pesadilla. Camioneta de carabineros. Transeúntes domingueando. No me resigno. Debo ser yo, que no me entero por no estar en las redes sociales. Por seguir viviendo mi película en blanco y negro.

—Feliz día, compañera —Desde los árboles de la plaza, me sorprende un abrazo fraterno. Sale a mi encuentro una mujer joven, descalza, con flores trenzadas en un pelo larguísimo, de coral. Parece un ser mitológico, una fuerza de la naturaleza, forjada en la tierra helada, las aguas gélidas, el viento del fin del mundo. Podría ser mi hija. —Llegaste muy temprano. Esto empieza a las cinco.

A las seis, ya somos más de cien. El viento, descarado, no da tregua, pero resistimos. A las nubes se les escapa una lagrima. Y a nosotras también. No es para menos. El sol, varón discreto, nos acompaña, detrás de las bambalinas, hasta la puerta de la ciudad. Hasta que la luna, indignada, lo manda a acostarse.

 

Notas a flor de piel del 8M 2020, Puerto Natales

 

Nota para el lector

Al poner algo de orden en el entretecho, los textos han sido guardados en cajas apiladas desde abajo hacia arriba, en el siguiente orden: 

  • La isla azul 
  • Retrato de familia
  • Álbum de fotos
  • Mitos urbanos
  • Los cachureos
  • Patagonia
  • Océano

La pila de trastos está justo acá abajo. Te invito a buscar y desempolvar...

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